Viernes, 29 de Marzo 2024
Suplementos | El hombre es “homo sapiens” porque está dotado de una inteligencia capaz de analizar, de hacer una síntesis, de expresar su pensamiento

El trabajo es una bendición

El hombre de este siglo va, corre, vuela, se preocupa, planea y actúa con resultados positivos, es decir, con números negros

Por: EL INFORMADOR

   El hombre de este siglo va, corre, vuela, se preocupa, planea y actúa con resultados positivos, es decir, con números negros, y a veces con los preocupantes números rojos, que significan, respectivamente, el triunfo o la derrota.
    Pero la mayor derrota es dejar caer los brazos porque ha perdido el trabajo, o porque no ha encontrado trabajo. Y lo que es peor aún, cuando ya ha perdido la ilusión, la alegría de hacer, de trabajar.
    El hombre es “homo sapiens” porque está dotado de una inteligencia capaz de analizar, de hacer una síntesis, de expresar su pensamiento y de manifestarlo mediante su voluntad.
    Mas también es “homo faber”, y se descubre capaz de realizar por sí mismo el contenido de sus pensamientos mediante la acción. Si no hace, si no actúa, se siente frustrado. Su vida es un sueño vacío, vano. Y si, por pereza, no actúa, se convierte en esclavo de sí mismo.
    Quien ha sabido trabajar, ha experimentado entonces la alegría del trabajo y las muchas satisfacciones fruto de su entrega, así como la sabiduría que brota de la misma fuente del trabajo, que perfecciona al hombre, lo hace más hombre, lo torna sabio.
    Después de la obra de Dios creador y conservador de cuanto existe, todo lo demás es obra del ingenio y el trabajo de los hombres. Y se ha de decir que el trabajo no es una maldición, porque “ganará el pan con el sudor de su frente”, sino una gran bendición. Un rostro bañado en sudor y unas manos encallecidas, son signo de esa bendición.

“Sudor que brote ardiente
inunde nuestra frente,
que si el cielo nos presta su favor
la obra será renombre del autor”

    Así cantó Schiller, gran poeta germano.

Operarios a la viña

    La plenitud de los tiempos, la salvación de los hombres, se ha manifestado en Cristo y perdurará en la Iglesia hasta que Él vuelva.
    Al hombre, a los hombres, les toca participar activamente de la vida y de la humanización hacia la plenitud del hombre, según Dios, en Cristo Jesús.
    Así, en el Reino, en la Iglesia, parte vital es la presencia operante de los bautizados.
    Aquí se manifiesta que no caben en el plan de Cristo ni el inmovilismo, ni la instalación, ni la falsa seguridad de quienes --según ellos-- ya tienen ganada la vida eterna.
    Toda actitud irresponsable, engreída o presuntuosa, constituye un riesgo.
El designio divino de la salvación de cada uno, primero es una amorosa iniciativa de Dios --Él llama--, pero incluye la respuesta del hombre, respuesta manifestada en acción.

Salió a encontrar trabajadores para su viña

    San Mateo en el capítulo vigésimo presenta una parábola del Señor con profundas enseñanzas.
    Primero, la invitación. Sale el dueño de la viña varias veces a buscar y llamar trabajadores.
    Es Dios que llama a todos. Para Él no hay excepción de personas, y sin distinción de razas, pueblos, cultura, el llamado es para todos.
    Ser llamado al servicio es una gracia. Y la oportunidad de trabajar en la viña del Señor, en su Reino, ha de ser motivo de alegría y ha de despertar agradecimiento.
    Hace poco más de un año, un sacerdote, Esteban Sánchez, celebró sus setenta años de sacerdocio ministerial. Recibió el sacramento del orden el 26 de mayo de 1934. Dios fue para él y para sus compañeros, el amo, el patrono, y trabajó en la viña de ese Señor.
    En la viña no importa el puesto, si es importante o es el más humilde; lo que vale es la diaria entrega, la actitud de servicio. “Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”.
    Ser cristiano es ser operario, ser constructor de un mundo mejor; y los operarios son desde el Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos y religiosas.

Los laicos

    El rejuvenecimiento que espera la Iglesia, ante la injusticia social, ante el no orden económico y político, ante la institucionalización amoral de los medios masivos de comunicación, ese cambio se espera de los operarios laicos. Se espera la presencia, la acción, el testimonio de los cristianos maduros y comprometidos, con la convición de que a ellos, a los laicos, les corresponde luchar. Muchos, por pereza, prefieren “dejar las cosas como están”. Posturas así son un freno.
    Urge una fe consciente y responsable de los laicos, encauzada por el mismo pensamiento pastoral de la Iglesia en un sentido más amplio. El dueño de la mies no sólo ha llamado a los clérigos y a las religiosas. El llamamiento a trabajar en la viña es universal, y en este siglo de los laicos, ellos son los especialmente llamados a ocupar el puesto que les corresponde en la viña.
    Desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), la visión de la Iglesia ha venido desechando ciertas actitudes clericalistas muy estrechas, y se ha abierto para dar paso --como debe ser-- a los laicos. Ellos han de estar en muchos campos de trabajo, más propios para los laicos que para los de sotana o de hábito religioso.

Y al final, el salario convenido

    Los trabajadores de la viña, según la parábola, fueron llegando a distintas horas: los primeros desde el amanecer; otros llegaron a media mañana; otros más a medio día y en la tarde. Por último llamó a otros hasta el caer de la tarde, y a todos les pagó un denario.
Es la consoladora enseñanza: Dios siempre espera. Su calendario no es como el de los hombres. No usa reloj ni corta una hoja cada día que pasa. Su amor es eterno y para su actitud de esperar cabe cualquier etapa de la vida del hombre. Unos le han servido desde la mañana --la niñez, la juventud--; otros desde el medio día. San Agustín llegó a la viña a los 33 años. Por eso se lamentaba: “tarde te conocí, Verdad amada”; pero compensó su retardo con la esplendorosa tarde de su entrega.

Hacer ante Dios obras meritorias

    Una fue la doctrina de Martín Lutero y otra la del Concilio de Trento (1545-1565). Lutero y sus seguidores dijeron que con la fe sola se alcanzaba la justificación. El Concilio, con fundamento en la palabra de Cristo, la buena nueva, enseñó entonces --y es la misma doctrina ahora-- que la fe sin la caridad, de nada sirve. La luz de la lámpara arde y alumbra, si la alimenta el aceite, la caridad.
    El operario en la viña no va solamente de testigo, a ver trabajar a los demás, aunque sea muy notable su fe. Va a tomar su parte en la labor de conjunto, pues es parte, es una partícula pequeña tal vez delcuerpo místico que es la Iglesia, pero nadie ha de estar inoperante, que es lo mismo que muerto.
Cada uno, en este breve espacio llamado vida, tiene que obrar según su única e inconfundible personalidad, sus condiciones, su carisma. Pero debe obrar, para llegar al final de la jornada y ser así merecedor de recompensa.

Pbro. José R. Ramírez

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